Dicen que, en el camino hacia la sabiduría, lo propio del niño es el pensamiento mágico, del jóven el pensamiento racional y del viejo el pensamiento místico. ¿El giro místico supone una evolución perceptiva o, por el contrario, cansados de no encontrar explicaciones -a medida que envejecemos- nos vamos rindiendo y aceptando, como tales, ciertos misterios irresolubles? Sea como fuere, de a poco, empezamos a proferirle respeto y atención a ciertas fuerzas que emergen desde el vacío.
Hace días me compartieron una nota periodística sobre el suicidio de un adolescente norteamericano en el edificio Vessel, un enjambre de escaleras de 45 metros de alto, que no conduce a ningún lado, pero permite tener magníficas vistas de New York. Esta noticia me impactó tanto que me movió a escribir algunas reflexiones.
Desde que el hombre convirtió la tierra que habita en un lugar desacralizado, donde reina la pura técnica, secó su espíritu y rompió comunicación con otras regiones cósmicas -que acaban por delimitar nuestro hábitat a través de cosmogonías particulares. Esta vocación inmanentista entreveró su alma hasta disolverla en la mera intrascendencia.
A veces pienso que, en este punto de la historia, el daño que el capitalismo le infligió a la humanidad es irreversible. No hay vuelta atrás. Pareciera que no se puede apagar la máquina, ni frenar el camino de autodestrucción. Pero si hay algo por hacer -aunque sea tarde y en vano- vale la pena intentarlo.
Podríamos empezar por revalorizar la sustancia humana. Edificar una comunidad humana basada en valores y no una sociedad donde imperan el contrato y la ley como únicos fundamentos morales. Revitalizar principios y valores comunes, narrativas que doten de símbolos y sentidos el ejercicio humano, para que la comunicación sea verdadera y para que el cuerpo sea el hogar de un espíritu -que vive en comunión con su entorno- y no una máquina triste y solitaria que, cansada de esperar la muerte, se lanza al vacío desde las torres más altas que el hombre supo construir.
En esta fase del neoliberalismo globalista las dos superpotencias -China y Estados Unidos- se juegan la hegemonía en un guerra comercial y productiva. En competencia viril se esfuerzan, año a año, por construir los rascacielos más altos. Torres de concreto que no trascienden, ni comunican nada. Falos de cemento, que la vanidad del hombre erige a la gracia de una atmósfera desolada. Torres que rascan el lomo de un cielo -apenas habitado por satélites y especulaciones científicas- y que no alcanzan si quiera a servir como templos, donde el hombre moderno pueda -al menos- redimir el miasma del culto de consumo y narcisismo en el que cree ciegamente. El pobre hombre posmoderno descree de los grandes relatos con el mismo fervor con el que consulta el horóscopo a diario.
Las dos grandes potencias que se erigen como modelos sociales para el resto del planeta, representan dos sistemas de producción diferentes, pero ambos centrados en la proliferación de la técnica y el consumo propio de este capitalismo desbocado. En China, donde el PC impone un orden en el que el igualitarismo se construye en detrimento de las libertades individuales, los trabajadores jóvenes super-explotados se suicidan, arrojándose desde la cima de los edificios de las corporaciones multinacionales.
En EEUU, donde el liberalismo construyó la sociedad más rica y la más desigual de la historia, los adolescentes apáticos se arrojan de edificios ociosos, de escaleras que no llevan a ningún lado. En el país de la “libertad” prohíben el ingreso al Vessel de personas que llegan solas, por temor a que se suiciden ¿Hacia dónde va la humanidad? este hormiguero de gente que, en el trajín desesperado por salvar a sus larvas, olvidó que la sustancia humana está compuesta de materia y espíritu.
[ Xu Lizhi | Trabajador y poeta chino se suicida ]
El mitólogo rumano Mircea Eliade, también, se preguntaba si la secularización de la naturaleza, iniciada por el hombre moderno, lo despojó definitivamente de la posibilidad de reencontrar la dimensión sagrada de su existencia en el mundo, arrastrándolo progresivamente hacia la disgregación total y el caos absoluto.
Restituir cosmogonías, es una forma de reordenar el mundo y disminuir el caos. Las sociedades anteriores tejían, con el hilo de la cosmovisión, mitos y ritos -relatos- así como erigían torres sagradas, replicando la ancestral montaña cósmica, vinculo entre la tierra y el cielo. Escalera al cielo: “Al alcanzar la terraza superior, el peregrino realiza una ruptura de nivel; penetra en una región pura que trasciende el mundo profano” (Mircea Eliade).
Eliade recuerda que la tribu Achilpa tenía un poste sagrado - eje cósmico, axis mundi - que sostenía su mundo y aseguraba la comunicación con el cielo. En ocasión de un rito, el poste sagrado se rompió y la tribu completa se angustió. Los Achilpa anduvieron errantes un tiempo. Hasta que, finalmente, se sentaron en el suelo y se dejaron morir. No podían vivir sin una abertura hacia lo trascendente.
La acción del pensamiento científico instrumentalizado por el capitalismo neoliberal, que puso la técnica al servicio de las corporaciones y al hombre al servicio de la economía, desacralizó el cosmos y la morada humana convirtiendo las ciudades en máquinas de residir donde, a su vez, viven multitudes de máquinas. Máquinas de trabajar, consumir, transmitir y recibir información. Datos e imágenes que van y vienen -sin narrativa alguna, sin sentido- no alcanzan nunca a transformarse en conocimiento real y se acumulan, ensanchando el caos que nos devora y la angustia que nos precipita al vacío.
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